Se empinó sobre las ramitas secas de los lirios y, de puntillas, llevó la mano hasta la hendidura donde guardaba el hechizo de estaño. Allí estaba, frío y sucio de musgo y de rocío.
«Mi mundo», dijo para sí. Le gustó volver a sentirlo entre sus manos, y pensó tristemente: «Aquí está otra vez…, pero nunca supe lo que quería decir».Con aquella bolita entre los dedos, avanzó lentamente por la vereda, subió los escalones de piedra… y entró en la casa.
Nos introducimos en la mirada de una niña. Su familia es de aquellos británicos asentados en la India, y ha crecido con una cultura distinta a la de sus raíces, un entorno completamente diferente, que ha configurado su modo de percibir la realidad.
Con sus ojos miramos las especies exóticas, «pintadas» sensorial y sencillamente, observamos cómo su hermana mayor crece y los pequeños siguen siendo demasiado pequeños. Se siente sola: sólo se siente comprendida cuando escribe. Cuando es arrebatada por la imaginación o una idea, y la transforma en palabras.
Un capitán parece que es el único que reconoce a quién tiene delante con toda su proyección. Pero es que la vida no es fácil, y menos en esos parajes, en ocasiones salvajes. Y a veces, la imaginación y la sensibilidad se destierran cuando esa vida golpea.
