Nos encontramos ante una novela poco conocida, de un autor que obtuvo fama con un par de títulos y, de modo repentino, cayó en cierto olvido.

Tras el título sugerente, nos encontramos con la pluma de un británico nacido en Rusia, que se adentra en el imaginario ruso, en el que reconocemos tintes de Chéjov, Dostoievski, Gogol, etc. ¿El narrador en primera persona es el propio autor? Afirma que no, pero vemos demasiadas coincidencias…

Retrata la vida de una familia: Nikolai con su amante y sus tres hijas. Nikolai, además de sostener a su familia, y a la de su exmujer, también mantiene a la parentela de su amante. El protagonista, Andrei, es tomado como confidente de los problemas de la familia y está enamorado de una de las hermanas. A pesar de su implicación, en cierto momento, queda excluido de la novela. De la vida. ¿Dónde empieza la literatura y dónde, la vida?

El autor entremezcla ambas como si una fuera la otra, o se transformasen:

«Y de pronto me di cuenta de que la única cosa que podía hacer era convertir todo aquello en un libro. Es lo que habitualmente hacemos con la vida».

Éste es el marco, contextualizado tras la Primera Guerra Mundial y a las puertas de la Revolución: todo son idas y venidas, «dimes y diretes», declaraciones y rechazos, dinero, ruina… Destaca la interesante e irónica visión del protagonista británico sumergido en la vida rusa.

«La espera, la suspensión de planes debida, entre otras cosas, a la guerra civil. La prevaleciente atmósfera rusa… la incertidumbre crónica. Las flores salvajes en la hierba junto a la carretera. El baile del regimiento americano aquella noche. Ella me mira, se sienta a mi lado. Le ayudo a ponerse el abrigo; luego, a subir al coche. Y el viaje nocturno, de vuelta a casa, iluminado por la luna… ¡Juventud! Su espléndida, maravillosa juventud. Qué trivial, qué magnífico. Cuánto, cuán poco. Así es como vivimos. Un resplandor aquí, un aroma allá. Se ha ido y es endemoniadamente irrecuperable».

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