Cuando una mañana se despertó, Gregorio Samsa, después de un sueño agitado, se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto.

Así comienza esta narración tan conocida de Kafka, cuyo primer centenario de fallecimiento celebramos el próximo día 3 de junio.

Introducirse en la escritura de Kafka conlleva riesgos: se desconoce por dónde nos va a llevar, qué conflictos nos va a presentar, la mayoría de las veces de manera sutil, entre líneas.

Si nos quedamos en una lectura superficial, qué duda hay de que el sinsentido parezca que acampa a sus anchas. Como poco el desconcierto quizá despierte la curiosidad, y así se profundizará un poco más en sus historias, sus personajes… y sus motivos.

Kafka no se puede leer para pasar el rato o para poder comentar con orgullo que se ha hecho. Esto sería quedarse a distancia de la puerta.

Hasta el momento, Gregorio ha sostenido a su familia: ha sido el cimiento sobre el que descansaban sus padres y su hermana. Gregorio tenía proyectos: veía a su hermana triunfando con su talento musical. Pero un día queda recluido en su habitación: le cuesta moverse en un principio y se encuentra desorientado. ¿Cómo empezar a caminar cuando es una cucaracha tendida boca arriba? ¿Cómo explicar a su familia lo que sucede cuando no surgen palabras inteligibles de su «boca»?

Siempre tan puntual, tan trabajador, pasando tan poco tiempo en casa, que ahora es el que permanece entre las cuatro paredes. Su hermana es la única que mantiene cierto contacto con él: le deja comida, pero es otro sufrimiento. Sabores perdidos, texturas detestables… El nuevo menú atractivo aguarda en alimentos ciertamente podridos…

Las noches y los días de Gregorio transcurrían privados casi de las pautas normales del sueño. En ocasiones, imaginaba que podía abrir la puerta de su cuarto y que retornaría como antes a ocuparse de los asuntos de la familia. Por su mente desfilaban, después de mucho tiempo ya, el jefe de personal, el gerente, el dependiente y el aprendiz, aquel ordenanza tan rústico, los pocos amigos que tenía, empleados como él, una camarera de una fonda de provincias y sobre todo un recuerdo amado y fugaz: el de la cajera de una sombrerería, a la que había pretendido seriamente, pero sin el tesón necesario…

Cuántos momentos desperdiciados por su espíritu de sacrificio.

¿Cuál es el resultado? Repugnancia, desprecio. Se entrevé cierto complejo de Edipo, su retraimiento al compromiso…

El final no puede ser otro que el de cualquier olvidado por su familia, la sociedad…

Y en esta edición, únicamente cabe dejarse sorprender por los demás relatos… Dejarse provocar.

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