Ágil, con humor, sencillo… Su Majestad la Reina de Inglaterra decide coger un libro un buen día en el que se cruza con la librería ambulante de palacio. Ignoraba completamente que contaban con ese servicio, pero pasa por alto las miradas sorprendidas del librero y de Norma, y escoge una lectura.
Al poco tiempo vuelve al lugar y toma prestado otro. Y poco después, más y más. Y empieza a dejarse aconsejar por el pequeño y «feucho» Norman, hasta ascenderlo de posición.
La Reina se convierte entonces en una lectora voraz ante la mirada perpleja de su familia, los ministros, los demás empleados… Y la noticia corre por doquier.
-Pero a Su Majestad, sin duda, debieron de aleccionarla.
-Desde luego -dijo la Reina-, pero aleccionar no es leer. De hecho, es la antítesis de la lectura. Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre.
Ya no es la misma. El consabido «deber» bajo el que siempre ha vivido queda ligeramente relegado: acude con retraso a las citas y eventos, saluda desde el carruaje con el libro colocado disimuladamente, recomienda libros a sus oyentes o cita frases célebres de sus autores leídos.
La gente comienza a murmurar.
Creo que quizá me estoy convirtiendo en un ser humano. No estoy segura de que sea una evolución bien recibida.
Y leer ya no basta… Las notas que ha ido recogiendo de sus lecturas se tornan en personales, y vislumbra una posibilidad… Encuentra una alegría inusitada al escribir, y en ese punto se engarza su «deber» de actuar, no sólo ser espectadora.
No obstante, conoce bien cuál es su sitio.
-Yo habría pensado -dijo el premier- que Su Majestad estaba por encima de la literatura.
-¿Por encima? -dijo ella-. ¿Quién está por encima de la literatura? Es como si dijera que estoy por encima de la humanidad.
