La primera cita que aparece recogida al inicio, del poeta estadounidense Kenneth Rexroth, supone cierta provocación y sirve de prólogo a la historia que se va a leer a continuación:
Están matando a todos los jóvenes. Desde hace medio siglo, cada día, los han cazado y matado. Los están matando ahora. En este mismo instante, en todo el mundo, están matando a los jóvenes. Conocen diez mil maneras de matarlos. Todos los años inventan nuevas formas.
Un escritor argentino de mediana edad cuenta su propia historia a raíz del viaje que realiza a su país natal. El motivo es el ingreso de su padre y su muerte inminente. El escritor reside en Alemania y ha transcurrido una temporada consumiendo droga: la pautada por su psiquiatra. La necesita para dormir, para continuar la vida a costa de ocultar inconscientemente las posibles causas. Sin embargo, las pastillas le provocan una desmemoria, con cada vez menos recuerdos de su infancia, de sus padres, su familia. ¿Quién es él? ¿Quiénes son ellos?
Algo nos había sucedido a mis padres y a mí y a mis hermanos y había hecho que yo jamás supiera qué era una casa y qué era una familia incluso cuando todo parecía indicar que había tenido ambas cosas. Yo había intentado muchas veces en el pasado comprender qué había sido eso, pero por entonces y allí, en Alemania, ya había dejado de hacerlo, como quien acepta las mutilaciones que le ha infringido un accidente automovilístico del que nada recuerda.
En el transcurso de su estancia, entre idas y venidas del hospital a su casa, cae en sus manos una carpeta con recortes de periódicos, fotos y notas: una recopilación, o más bien la propia investigación de su padre, del caso de la desaparición de Alberto Burdisso. En este punto, se acentúa el estilo periodístico hasta emplear el fisking: las correcciones a ese texto en el que, con diferentes marcas, se señalan errores o se ironiza sobre el modo en que está escrito. Su padre había sido un gran y exigente
periodista.
A medida que avanza en la lectura de aquellos hechos, el autor descubre la figura de su padre, hijo de un contexto histórico en la Pampa Argentina convulso y nada fácil. Las fotos que guardaba su padre en esa carpeta le revelan una cuestión clave: la hermana del desaparecido era amiga suya de juventud, y fue secuestrada y asesinada por el Estado en 1977. ¿Casualidad o simetría?
El estado mental del protagonista, enajenado, se refleja en el estilo ágil, dinámico y casi aleatorio de la narración, cercano al lenguaje periodístico a medida que avanza la historia. Hay rupturas en el hilo del relato como las existentes en sus propios pensamientos: fragmentos de sucesos de la historia de su familia, de la generación de sus padres, de la historia y política de Argentina. Y este estilo también se manifiesta en la enumeración caprichosa de los breves capítulos que componen las cuatro partes del libro.
El protagonista se acerca a la verdad: lo que ha sido su infancia y adolescencia, cómo le obligaban a callar lo que escuchaba en su familia, de qué manera debía olvidar el escudo peronista que ostentaba su casa. Una verdad que ha despertado en su aletargada memoria y que decide narrar.
Con este testimonio, que es también el relato de una herida muy personal, Patricio Pron (Argentina, 1975) realiza una denuncia y un reclamo por la justicia y la equidad. Busca un diálogo para que no nos quedemos reconcentrados en nuestros traumas.
Era una historia de las que pueden hacer un buen libro porque tenía un misterio y tenía un héroe, un perseguidor y un perseguido, y yo ya había escrito historias así y sabía que podía volver a hacerlo, sin embargo, también sabía que esa historia había que contarla de otra forma, con fragmentos, con murmullos y con carcajadas y con llanto y que yo tan sólo iba a poder escribirla cuando ya formase parte de una memoria que había decidido recobrar, para mí y para ellos y para los que nos siguieran. Mientras pensaba todo esto de pie junto a la mesa del teléfono vi que había comenzado a llover nuevamente y me dije que iba a escribir esa historia porque lo que mis padres y sus compañeros habían hecho no merecía ser olvidado y porque yo era el producto de lo que ellos habían hecho, y porque lo que habían hecho era digno de ser contado porque su espíritu, no las decisiones acertadas y equivocadas que mis padres y sus compañeros habían tomado, sino su espíritu mismo, iba a seguir subiendo en la lluvia hasta tomar el cielo por asalto.
