Tres verbos distintos que en apariencia no guardan relación estrecha. Sin embargo, responden a un pensamiento que he tenido últimamente.
Los motivos han sido de lo más cotidianos: comentarios en su mayoría acerca de películas, libros, obras de arte… que se me han antojado un poco superficiales. Pero no quería que mi propio juicio se quedara también en la «epidermis» del comentario. Y la conclusión a la que llegué fue a que quizá hayamos perdido puntos de referencia, o la capacidad de buscar y encontrar el contexto de lo «criticado».
– «Te recomiendo esta película: es una comedia muy divertida, despejante…».
Y enseguida los comentarios:
– «Pues no es tan buena como decías, me imaginaba un peliculón».
¿Acaso se había hablado de peliculón? ¿Había dicho que se trataba de una película similar a Gladiator, El Padrino…? (Por poner algún ejemplo).
Tal vez también podamos hablar de expectativas.
– «El arte griego es aburridísimo».
– «La Capilla Sixtina está sobrevalorada».
E idénticos comentarios de cualquier libro y autor.
Primero hace falta honestidad: saber cómo me encuentro y en qué punto estoy situado, cuáles son mis puntos de referencia, mi trayectoria… Quizá me encuentre ante un chuletón de Ávila cuando aún no se me han caído los dientes de leche y los tengo flojos.
¿Con qué estoy comparando lo que he recibido? Ahí entran en juego las expectativas.
Reconozco que esto es un modo de ser, ni mejor ni peor, pero no suelo adelantarme en las series, en las películas, en las historias escritas… ¿Quién será el malo? ¿Éste acabará con ésta? Sí, claro que se me plantean preguntas, pero me dejo vivir por ellas y dibujar en mi mente varias hipótesis, sin pretensión de hallar la que es. Permito que me conduzcan sin yo tratar de buscar una respuesta anticipada. ¿Ingenuidad? Pues sí. Me gusta el factor sorpresa, me gusta asombrarme y me gusta disfrutar.
Por supuesto que siempre hay excepciones: las excesivamente fáciles de predecir; pero esto va aparte.
Me gusta sumergirme en el contexto (espaciotemporal, personal…) en el que esa historia fue escrita, filmada, dibujada o esculpida: sólo desde ahí soy capaz de ponerme un poco a la altura del artista. Únicamente ahí podría ser capaz de hacer algún comentario sensato.
En la medida en que se va adquiriendo cierto bagaje y recorrido, los puntos de referencia se multiplican, y no se comparará a la ligera una comedia española con un drama bélico e histórico, unas ruinas de antes de Cristo con Alvar Aalto, etc.
Parece fácil y común el pedestal desde el que juzgamos. Y lo que queda es el mero consumo de un producto y su satisfacción o no (satisfacción especialmente de la propia expectativa o deseo: un poco cerrazón, ¿no?).
Cuanto más leamos de verdad, cuanto más contemplemos de verdad… se multiplicará nuestro bosque de relaciones, nuestra sensibilidad y nuestra capacidad de disfrute sin necesidad de «consumir por consumir».
Esperar ante una obra de arte de cualquier tipo y consumirla, vacía la mirada y vacía la palabra, convirtiéndola en una herramienta fatua.
Desconozco si estaréis de acuerdo o no. Quizá sea necesario saber y reconocer cuál es nuestra posición en el mundo y ante las cosas. Esta actitud se trasladará como por ósmosis a nuestras relaciones personales.
A ver qué decidimos hacer. Porque todo lo que recibimos nos «empuja» a la vida.

muy de acuerdo es tu reflexion
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Gracias, Ana!
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