En ocasiones los títulos despistan o simplemente entornan la puerta hasta descubrir lo que se va a mostrar. Esta vez, aun siendo breve con sus palabras, refleja el vínculo existente entre una hija y su madre.

Vivian cuenta de dónde procede ella. Pero no sólo en cuanto a lugar de origen y de gestación de la infancia y adolescencia, sino que muestra cómo ha llegado a ser la que es, a construirse, sobre los cimientos de su madre y las mujeres vecinas de su bloque en el Bronx.

«Mamá, ¿te acuerdas de la señora Kornfeld? Cuéntame esa historia otra vez», y ella se recrea contándomela de nuevo. (Lo único que odia es el presente; en cuanto el presente se hace pasado, comienza a amarlo inmediatamente). Cada vez que cuenta la historia, es la misma y también es completamente distinta, porque cada vez que la oigo soy más mayor y se me ocurren preguntas que no le hice la última vez.

Así arranca su propia historia: describe sus paseos con su madre ya anciana por Manhattan. Caen las preguntas, digresiones y discusiones. A partir de este instante hay un constante ir y venir del presente al pasado, tejiendo la imbricada biografía de la autora. No por tener nada demasiado especial que la aleje del común de historias que nos rodean, sino por mostrar de una manera casi abrupta el bosque de relaciones en un bloque de pisos.

Admiración y desprecio de entremezclan en sus apegos: quiere y rechaza a su madre y a Nettie, su «otra gran mujer».

Vivian absorbe cada palabra de su madre. Nada de susurros: su voz es clara y brusca, directa. Relata su lucha, la tristeza tras la muerte de su marido, su sindicalismo, su relación con las mujeres que acudían a pedirle consejo…

A la vez se ve cómo sucumbe al aura que rodea a Nettie. La seduce y la advierte.

Lo que me descolocó no fueron las palabras. Ya las había oído antes, u otras parecidas. Fue la amargura de la voz de Nettie: inesperada y ácima. De nuevo la ansiedad flotaba en el aire, y de nuevo me sentí amenazada. Algo triste y desesperado bullía en el ambiente. Aquella congoja me dejó anestesiada. Sentía que la energía se evaporaba de mi cuerpo.

Este tejido influye en su vida y en sus decisiones: las relaciones que mantiene con los hombres, con el trabajo, sus estudios… Y los comentarios descarnados se suceden en este vínculo filial y amistoso. ¿Amor?

Estábamos en posesión de un pequeño espacio interior en algún lugar en medio de una fértil región de proporciones ignotas. En torno a aquel espacio se alzaban fronteras de firme estabilidad. El amor podía hacerse más intenso, pero nunca expandirse hasta ocupar un territorio hecho a su propia medida. La realidad del límite preestablecido me corroía por dentro.

Al final ambas miran en silencio a la oscuridad que es su vida, tratando de entrever algo… que quizá no exista.

El terror la ha dejado paralizada delante del fregadero, tiene los ojos clavados en mí, los labios pálidos, el color ha abandonado su cara. Creo que le voy a provocar un infarto, pero no puedo parar.

-Es cierto. – Estoy furiosa y mi voz suena homicida debido al esfuerzo que hago por no alzarla -. No he tenido éxito. Ni en el amor ni en el trabajo, ni en mis esfuerzos por llevar una vida ejemplar. También es cierto que no he tomado decisiones, no he tomado partido, que en mi vida he avanzado a traspiés porque estaba enfadada y tenía celos del mundo que quedaba fuera de mi alcance. Pero ¡aun así! ¿Es que no merezco reconocimiento por haber dado con una buena idea, mamá? ¿La de que una debería intentar vivir su propia vida? ¿Eso no cuenta, mamá? ¿Eso no cuenta nada, mamá?

Su miedo se disuelve en compasión y remordimiento. Últimamente está tan maleable que te parte el corazón.

-No, no – protesta -, vivimos en un mundo distinto, en una época distinta. No quería decir nada. Por supuesto que mereces reconocimiento. Todo el reconocimiento del mundo. No te alteres tanto. Intentaba solidarizarme contigo, pero me equivoqué con las palabras. Es que ya no sé cómo dirigirme a ti.

De repente, el flujo de palabras se detiene. Otro pensamiento ha llamado su atención. La línea de defensa vira.

-¿No te das cuenta? – ruega en voz baja -. Lo único que yo tenía era el amor. ¿Qué tenía? No tenía nada. Nada. ¿Y qué iba a tener? ¿Qué podía tener? Todo lo que dices de tu vida es cierto, entiendo que es muy cierto, pero tú has tenido tu trabajo, tienes tu trabajo. Y has viajado.

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