Años 30. Más concretamente, nochevieja de 1937. Nueva York. Eve y Katey son dos amigas que viven juntas y que se han lanzado recientemente a la aventura de vivir y labrar su futuro en la gran ciudad.
En su celebración de fin de año, en un bar suficientemente barato y bueno, aparece Tinker: joven, muy educado, amigable… Los diálogos punzantes, ingeniosos e irónicos comienzan a sucederse. La amistad se forja entre ellos.
Katey, de una inteligencia brillante, continúa su ambición de abrirse paso en la ciudad, mientras que por su alma se «cuela» los modos de Tinker. Sin embargo, sucede un accidente que provoca un giro total. Tinker acoge a Eve en su casa para cuidarla durante meses.
Tal vez el accidente había convertido a Eve en una especie de alma en pena con las propiedades opuestas: ahora era invisible a sus propios ojos salvo en la superficie de un espejo.
La situación se torna ciertamente extraña a los ojos ajenos, y empieza un «juego». Las diferentes personaldades se van perfilando en la medida que se suceden los diálogos, por lo general no muy extensos pero certeros, y se entrevé el trasfondo del comportamiento de Tinker.
Katey es una mujer autónoma y no pretende mendigar en ningún sentido. Pero, a pesar de su fuerte carácter, sufre en cierto modo: no tendrá inconveniente en «buscar» por otros lugares, aunque eso no le haga acallar del todo sus sentimientos.
El leve ardor en las mejillas. Es la respuesta a la velocidad de la luz de nuestro cuerpo al mundo, que nos deja en evidencia; y es una de las sensaciones más desagradables de la vida, pues no podemos por menos de preguntarnos cuál podría ser su utilidad evolutiva.
Al fin un día lo comprende: toma entre sus manos un libro de Tinker que contiene más de cien reglas de cortesía y urbanidad.
No obstante, ese comportamiento protocolario y esmerado recorre las páginas que nos sumergen en el Nueva York de los años 30, donde se presagian cambios y emancipaciones.
Asimismo presenciamos algunos recovecos del pensamiento de Katey que nos terminará de plasmar el personaje.
La entrega absoluta y la búsqueda de la verdad eterna tienen un atractivo incuestionable para los jóvenes y los altruistas, pero cuando una persona pierde la capacidad de deleitarse en lo mundano -un cigarrillo en el porche, las sales de jengibre en el baño- probablemente corre un peligro innecesario. Lo que intentaba decirme mi padre, cuando llegaba al final de su propia trayectoria, era que ese riesgo no debía tomarse a la ligera: hay que estar preparado para luchar por los placeres sencillos y defenderlos frente a la elegancia, la erudición y toda suerte de seducciones glamurosas.
Incluso incisos hacia nosotros, los lectores:
A modo de breve aparte, permíteme observar que en momentos de intensa emoción -ya provocados por la ira o la envidia, la humillación o el resentimiento-, si lo que vas a decir hace que te sientas mejor, lo más probable es que sea inoportuno. Esa es una de las máximas más valiosas que he descubierto en mi vida. Y te la puedes quedar, porque a mí no me ha servido de nada.
Y descripciones que nos permiten imaginarnos lo que sucede de un modo poético oculto en la prosa de la novela, y quizá reflejo metafórico de la interioridad de algunos personajes:
En la oscuridad, mientras me tapaba con el edredón, cobré conciencia del viento. Procedente de las alturas de Pinyon Peak, sacudía los árboles y los cristales de las ventanas como si estuviera demasiado inquieto para tomar una decisión.
Esta historia es narrada desde una mirada hacia atrás que lanza la misma Katey, con una vida ya asentada… ¿Qué vida ha escogido al final? ¿Qué clase de decisiones fueron tomando cada uno de los personajes?
En ese sentido, la vida no es tanto un viaje cuanto una partida de honeymoon bridge. Cuando tenemos veintitantos años y aún nos queda tanto tiempo por delante, un tiempo que parece más que suficiente para un centenar de indecisiones, para un centenar de visiones y revisiones, cogemos una carta y tenemos que decidir justo en ese momento si nos quedamos con esa y descartamos la siguiente, o a la inversa.
Y antes de darnos cuenta, la baraja está repartida y las decisiones que acabamos de tomar determinarán nuestra vida durante décadas.
