Acabo de terminar de paladear este libro. Si ahora me preguntaran acerca de títulos de libros que han ayudado a mi felicidad, sin duda éste sería uno de ellos.

Si has leído este gran poema, o alguna parte, han podido suceder varias reacciones: no entender nada, intuir la grandeza de lo que habla pero sin una idea acertada, dejarlo caer por su carga simbólica y alegórica o su contenido teológico, mitológico, político de la época, o también cabe caer conquistado por las palabras que se cuelan en la razón, el alma y el corazón.

Reconozco que no quise adentrarme en este camino desde «la selva oscura» hasta la visión del Infinito sin ayuda. Dante, abatido por la muerte de su amada Beatriz y su condena al exilio por parte de su querida Florencia, ha sucumbido en la oscuridad. No obstante, el Cielo entra en trepidación: la Virgen María, la tierna madre, quiere salvarlo a toda costa, y por ello pide ayuda a santa Lucía (patrona de la vista) y a la misma Beatriz que hagan lo posible para rescatarlo. Sin embargo, ninguna puede «abandonar» el paraíso para realizar esta misión, por lo que a su vez recurren a Virgilio, que se encuentra en el purgatorio (primero un acompañamiento «racional», de la naturaleza humana, y después el que nos permite adentrarnos a la realidad de una manera auténtica ya que es por medio del amor, y en concreto aquí, porque Beatriz representa la teología en su sentido de «palabra que habla de Dios»).

De este modo, yo he querido adentrarme en el camino de ascenso y purificación de Dante de la mano de Franco Nembrini y la edición comentada de la UFV Madrid.

Los tres cantos dejan ver el gran ingenio del poeta, su capacidad de crear silogismos y metáforas que faciliten la comprensión de lo que él «ve» y su ingente cultura, ya que refleja sus conocimientos que se tenían entonces de ciencia, astronomía, mitología, filosofía, etc.

Sin embargo, sobre todo quiere mostrar una realidad: se le llama el poeta del deseo, y esto es lo que canta a lo largo del poema. Sí, primero es un deseo de amor humano (Beatriz), pero que habla de un anhelo que tenemos en el fondo de nosotros mismos y que no podemos ignorarlo. De hecho, lo que viene a querer enseñar es que más vale desear demasiado o mal que no hacerlo, ya que «coloca» a los lujuriosos, perezosos, golosos… en mejor posición que los orgullosos, los autosuficientes y envidiosos. Éstos anulan su capacidad de deseo porque éste siempre necesita volcarse en el amor: a uno mismo, a los otros y a Dios.

Asimismo, en algún momento deja caer que los que se conforman o han dejado de desear son los que habitan en el centro del infierno.

… satisfaciendo del todo, despierta nuevos deseos

El autor florentino se “limita” a poner en palabras un proceso nada fácil, pero imprescindible para alcanzar la plenitud de lo que somos, tal y como hemos sido creados y estamos destinados a ser.

Tomo unas palabras de Kierkegaard que señalan la relevancia de este hecho: “Esto es lo importante de la vida: haber visto una vez algo, haber escuchado algo tan grande, tan magnífico que cualquier otra cosa sea nada comparada con ella, e incluso si se olvidase todo lo demás, esa no se podría olvidar nunca”.

Dante experimenta el movimiento del deseo del corazón humano, y es lo que aspira a expresar en su obra. Además, la palabra “deseo” procede del verbo latino ‘desiderare’, que delata la privación de la contemplación de las estrellas y cierto movimiento hacia ellas.

El camino que muestra Dante consiste en la purificación del deseo que coincide plenamente con volver a ser nosotros mismos. El canto del “Purgatorio” es el que mejor refleja dicha purificación con una firme pincelada de esperanza: se puede estar perdido o hundido, pero precisamente desde esa posición la posibilidad de resurgir resulta más liberadora. ¿Cómo es posible? Porque lo que nos enseña Dante es que la justicia divina supera con creces la justicia humana: el purgatorio no es la pena exterior para lograr redimirse, sino que es el tiempo de purificación que requiere el alma humana para volver a ser ella misma, para reconquistar su deseo original.

“De la purificación es prueba la voluntad, que al alma libre induce a cambiar de sitio y la ayuda en su deseo” (“De la mondizia sol voler fa prova, / che, tutto libero a mutar convento, / l’alma sorprende, e di voler le giova”).

Dicho regreso al estado originario del ser humano supone una vuelta a la unidad: el diablo busca y propaga la división y la separación (su misma raíz etimológica designa esta realidad: ‘dia-ballein’). Separa, a rasgos generales, el entendimiento del amor, la cabeza del corazón, el juicio del deseo. Estamos llamados a lograr de nuevo la unión, posibilitada gracias al misterio de la Encarnación: el entendimiento únicamente se abre por un encuentro que enciende el corazón, y Jesucristo, como Verbo hecho carne, une el afecto y la razón.


Esta idea de purificación es una constante en este triple poema, e incluso, en los dos últimos cantos del “Purgatorio”, retorna a reflexionar acerca de su conversión: una visión cerrada y reducida de la mujer, la poesía, el amor y la amistad, a otra más profunda y real a raíz de la muerte de Beatriz. Esto le supone descubrir qué significa educar el deseo (en ocasiones, a través de las duras palabras de la misma Beatriz) o el auténtico valor de la renuncia por un bien mayor. Y ésta es la senda que lo dirige hacia el Paraíso.

De este modo, el poeta renacentista acaba los tres poemas de que se compone La Divina Comedia con los siguientes versos:

“Por donde salimos para ver de nuevo las estrellas” (“E quindi uscimmo a riveder le stelle”).


“… purificado y dispuesto a subir a las estrellas” (“… puro e disposto a salire a le stelle”).


“… pero ya giraban mi deseo y mi voluntad como rueda que igualmente es movida por el amor que mueve el sol y las demás estrellas” (“… ma già volgeva il mio disio e ‘l velle, sì come rota ch’igualmente è mossa, l’amor che move il sole e l’altre stelle”).

Por fin el deseo, el anhelo del corazón humano se encuentra con lo único que le puede satisfacer plenamente: transformado en su unidad originaria, participa del amor de Dios, que supone como respuesta la misma posibilidad de implicarse en dicho movimiento del sol y las estrellas. Y es que Dios es deseo en sí mismo, y esto hace que, en su inmutable e infinita perfección, esté en continuo movimiento.

Es imposible reflejar aquí de manera sintética los innumerables juegos que hace de rimas, de palabras, de acrósticos… Pero sin duda tiene mucho que decirnos a nosotros ahora, creyentes en Dios o no, porque habla de lo más profundo y universal del ser humano, que siempre pasa por momentos de oscuridad y necesita un camino de purificación para encontrarse a sí mismo y sus amores.

¿Estamos listos para subir a las estrellas? ¿Podemos vivir en esta esperanza?

Deja un comentario