Me llegó el otro día esta imagen. Hacía mucho que no veía nada de Bansky. Me quedé mirándola. Luego busqué otras imágenes que conocía. Me quedé pensando.

«Sigue tu corazón». Y el pobre corazón espera fuera, atado, a que le diga la niña… ¿O está atada la niña? ¿Quién tira de quién?

No soy amiga del sentimentalismo, como tampoco del racionalismo. El «ismo» me pone en alerta: ¿De qué extremo me habla? Las personas somos seres complejos, y por eso nos comportamos como péndulos: unas veces rescatamos un punto de vista olvidado y lo hacemos de tal manera que lo entronizamos, y tornamos a olvidar (o ignorar, según el nivel de consciencia) el anterior. El punto medio es muy difícil.

El equilibrio quizá sea la aventura más arriesgada que tenemos entre manos actualmente.

Arriesgada porque supone decidir, equivocarse y rectificar constantemente. Porque lo «fácil» es echarse a un extremo, no mantenerse entre dos puntos (o más). Porque a veces implica pedir ayuda para tener otra visión.

El corazón tiene sus razones que la razón no conoce.

Me encanta esta frase de Pascal. Casi siempre «acusamos» al corazón de ser un sentimental y confundirnos con los efluvios de emociones. Y eso no sólo le pertenece a él. El corazón es el motor de las decisiones, de la acción; sí, a veces se conduce por intuición, pero que si se «limpia» de una subjetividad empañada de emotivismo, será un guía certero.

El corazón tiene una mirada mucho más profunda, realista que la razón, que en ocasiones se pierde en sus ideas cayendo precisamente en el idealismo (que nos impide tocar la realidad). Ya se encarga del corazón de esto. Pero insisto: con una dosis necesaria de veracidad.

Últimamente la palabra «sinceridad» se me queda corta: se trataría de decir la verdad a uno mismo; yo soy sincera según lo que yo considero que es la verdad. Sin embargo, la veracidad es contrastar mi verdad con lo real, mirado cara a cara como dice Christian Bobin. Con honestidad.

Si en cambio pretendo volcar mi visión, mi verdad, en la realidad, el corazón realmente no podrá servir de guía ni darme las razones que mi razón necesita.

¿Necesitar para qué? Para ser plenamente persona con todas mis capacidades y potencialidades. No sólo en un extremo.

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