De una cosa estábamos seguros al mirar hacia el futuro: no queríamos vivir la misma vida que nuestros padres.
Y entonces la vivimos.
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Me reí con ella porque ya éramos, de algún modo, viejas amigas. Pero Lily parecía confusa, y no había ninguna duda en cuanto a las lágrimas que se agolpaban en tus ojos. Por un momento, creí que había sido la única en notarlo, pero entonces Charlene te tomó con suavidad por el mentón, sostuvo tu rostro en la uve formada por el pulgar y el índice y dirigió tu mirada hacia sus ojos verdes.
-Tienes que ser valiente -susurró Charlene. No se te ofrecerían alternativas.
Con el rostro aún prisionero de la mano de tu madre, te vi enderezar los hombros, apretar los labios, arreglarte la falda de tu vestido de fiesta dorado. Las lágrimas en tus ojos, que iluminaban, o eso me pareció, el azul del iris, se retiraron. No había otra manera de describirlo. No se derramó ni una.
Esa eras tú. Y esa era tu madre. Y así fue como nos conocimos.
