LA música casi ya no es una cosa

pero es una cosa. Su materia es tiempo

y golpes precisos y timbres y tonos.

Una mezcla astuta de ruido y silencio.

Parece, no obstante, que baja del fondo

del genio, que brilla muy pura y muy alto

y que nadie nunca jamás se merece

mecerse, mirarse, morirse en sus brazos.

Tú escucha el prodigio y, luego, no dejes

de darte las gracias: la música es carne

que encarna tu espíritu. Si viste tú en ella

la luz, era tuya: tu luz inefable.

De qué manera se puede descubrir una persona con toda su complejidad a través de la poesía: digo complejidad, que no quiere decir complicación.

Las páginas pueden pasar solas, al ritmo de un espíritu video, o al contrario, las manos las detienen hasta dejar que el tacto de las letras penetre la piel y alcancen la interioridad hasta calar.



NO me conoces. No conoces

mi habilidad inevitable

para meter la pata a voces

-a coces- hable de lo que hable.

De mí discrepo si me escucho

mas no me oigo y me reitero.

Yo necesito pensar mucho

para llegar a ser sincero

y natural, bajar el tono

para alcanzar el tino, alzarme

la vanidad a sencillez

para estar a mi altura. Yo no

me sé decir sino al callarme…

o al escribir, alguna vez.

Temas que se repiten, con sutilidad y desde perspectivas diferentes. Se percibe en cierto modo la forma de ser metódica del autor, y cómo se abre… No, cómo vive abierto a lo que sucede o no sucede.

Mi «te quiero» de hoy es distinto al de ayer,

y es que no tengo dos idénticos: se suman

y se asumen y asumen nuestra historia. El de ahora

creció sobre el de antes, más antiguo y más nuevo.



Te quiero sin locura, no amarte es lo de locos…

Pero olvidé que el sensu contrario no es tu estilo,

que las comparaciones son ociosas, que basta

y sobra el primer verso para que tú me entiendas.

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