El curso pasado, cuando me encontraba en una clase del máster que he hecho, escuché esta frase del profesor: «Si nos quedamos con los datos, vamos hacia la manipulación del mundo. Necesitamos un contrapeso: la poesía».

No sé si son palabras textuales, pero recuerdo que las apunté al momento. Es cierto que yo, siendo poeta hasta el alma, tengo tendencia a dirigir mi atención mas fácilmente ante ideas de ese tipo. Pero la palabra manipulación me sonó especialmente dura.

Dura por su realidad en el entorno en que vivimos. Dura porque se me vinieron a la cabeza tantos sucesos, personales o no, en los que intervenía este hecho.

Tampoco deseo, ni veo factible, vivir en una utopía donde no existan los datos ni lo técnico, pues resultan necesarios. Pero, ¿qué piensas del menor interés por las humanidades a cualquier nivel? ¿De la búsqueda a veces perentoria por la utilidad y la eficacia y el dinero fácil?

Por eso me gustó esa otra palabra: contrapeso. No se trata de excluir ni suprimir, sino encontrar el equilibrio, ¡tan difícil en todo lo humano!

¿Qué provoca la poesía para ejercer dicho contrapeso? Me parece que posee tres cualidades que a su vez derivan en un comportamiento:

En primer lugar, es profunda. Palabras y expresiones precisas que permiten vislumbrar lo esencial. Es decir, fomenta en uno la capacidad de observación y atención para ahondar y no quedarse en lo superficial.

Por otro lado, es incómoda. Esto ha salido en otras ocasiones pero es su misión: sacudirnos, interpelar a nuestras intimidades para generar una respuesta. Para nada tiene que ver con una actitud pasiva, ¡al revés! Iniciativa, proactividad… Porque nos ayuda a ver, a comprender… y golpea nuestro anhelo, quizá adormilado, de cambiar algo en nuestra pequeña parcela (seamos realistas: así empieza el cambio del mundo).

Por último, es «recolocadora». Ya siento este «palabro» tan poco técnico o formal. La poesía nos coloca en nuestro lugar: la pequeñísima nada frente al todo. Pero aun siendo tan poca cosa, ¡el valor que tenemos! Toda la dignidad que merecemos, y que a la vez nos hace ser conscientes de que nuestra mirada debe dirigirse hacia algo más alto, más inmenso… El asombro nos recoloca en el camino de la humildad que no es tener los hombros encogidos y tener gesto apocado, sino la verdad.

Estas tres cualidades nos impregnan y nos conducen a vivir con veracidad. La sinceridad se me queda corta: es contar la verdad según uno mismo. La veracidad se confronta con la realidad que me rodea. Y es que la poesía no me aísla, no me ensimisma en mis cosas. Me saca y me hace ser más plenamente yo misma.

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