La nueva Gina, plenamente nueva, nacida poco antes en la pastelería del señor Hajda, ya no valoraba la vida a base de heridas y agravios, ni de pasteles rechazados, sino que trataba de asumir las palabras de su padre, imposibles de asimilar al instante. Se alegró cuando Zsuzsanna le dijo que como aún tenía una hora libre, después de merendar, si le apetecía, podía ir a la sala de piano con el libro de los salmos y la Biblia para leer las Sagradas Escrituras, ir estudiando los cantos o tocar el piano.

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… ver a su padre, correr hacia él, abrazarlo, sentir el calor familiar de su cuerpo, que le recordaba al hogar, aquel mundo pasado que ya era más lejano que un sueño. Pero Zsuzsanna la agarró de la mano y se la llevó delicadamente.

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