Apenas acabo de cumplir los 34. Creo que aún es pronto. ¿Cómo puedo atreverme a decir que me sobran, o que me faltan las palabras? ¿Que me resulta escaso el lenguaje… o que me excede? Bueno, excederme es normal: siempre se aprende y se descubren conceptos, términos o ideas novedosas. O incluso, una realidad ya conocida, quizá aun manoseada, cobra un cariz distinto y vuelve a sorprendernos.

Pero ahora quiero referirme a otra cosa. Sigo teniendo momentos de incontinencia verbal (especialmente en petit comité) y sigo teniendo mi forma de ser, más bien tímida, escuchadora y observadora. Sin embargo, últimamente, y hablo ya de más de unos pocos meses, mi alma está algo enmudecida.

Posiblemente alguno se ría al leer esto si me conoce: «con lo inquieta e hiperactiva que eres, que siempre te buscas meterte en líos, ¿cómo dices eso?».

Pues lo llevo rumiando de un tiempo a esta parte. Pensaba que el máster me había empujado a ese silencio por haberme dejado la sensibilidad, el asombro y la reflexión más a flor de piel. Sin embargo, había algo más…

Me acordé del día que nos mostraron en una clase de estética del máster una Piedad de Miguel Ángel distinta a la «muy conocida». La de Rondanini (ahí la tenéis, en la imagen de portada). Con sus obras anteriores, mostró perfección en la técnica, dinamismo, expresión… Al fin y al cabo, dominio. Su vida y su mundo interior quedaron reflejados en las postreras obras. El non finito mezclado con el finito dejan entrever el anhelo, el ansia de alcanzar lo inexpresable, lo que carece de palabras. Sólo pretender rozar aquello real e invisible, provoca que se desvanezca entre los dedos.

Incluso tratar de explicar esto me resulta arduo. La mano de la mente, del lenguaje, avanza con el fin de apresar, poseer… Y resulta un fracaso. Hay algo más que se escapa a nuestro reino de palabras. Y con ellas, a nuestro entendimiento, a nuestros esquemas, a nuestras representaciones y expresiones. ¿Y cómo mostrar la «no-expresión»? Esa necesidad de encontrar palabras, pinturas, ¡lo que sea!, y fallar en el intento.

Una vez más se comprueba nuestra indigencia. Aun para intentar explicar quién soy, me «fal-bran» las palabras. ¡Cuánto más el mundo, lo invisible, lo trascendente!

Únicamente cabe una actitud por ahora: estar y contemplar.

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