Un muchacho de un país de Latinoamérica vive en un basurero. No recuerda su cumpleaños, cómo llegó allí, incluso cómo era su madre. Su día a día consiste en rescatar algo de comida que llevarse a su hambriento estómago y conseguir papel, latas o botellas para poder venderlos.

Simultáneamente, otro chico: un niño de «papás con dinero», enganchado al móvil, a las series, a las fiestas, al alcohol… Por supuesto, va a clase obligado y apenas estudia.

El contraste es fuerte, no sólo por los estilos de vida, sino por el choque entre la superficialidad y la supervivencia, el desprecio de lo que se tiene y anhelo de lo que no se posee.

Leo, el mendigo, intuye que hay algo oculto tras esos trazos en un periódico roto. Un mensaje. Decide pedir ayuda a un señor que vive también entre la inmundicia para que le enseñe a leer.

Comienza entonces el entrecruce de actitudes, esta vez de forma directa: Lucas, envalentonado por sus amigos, golpea mientras van en el coche a un pobre que camina por la acera. La mirada de éste se clava en él, y desde entonces lo busca. El arrepentimiento le impulsa más que las redes y las fiestas, hasta que lo logra.

Se ven semana tras semana ante la perplejidad inicial de Leo (y de los amigos y los padres de Lucas, a los que oculta sus visitas al inicio). Y Lucas también le ayuda a aprender a leer, y se da cuenta de lo que él ha recibido y que nunca ha valorado…

Una historia sencilla, con clara moraleja, amena y un canto evidente a la influencia de la literatura en nuestras vidas.

Se me pasó la mañana pasando páginas y páginas. Es extraña la sensación que se tiene ante unos signos que no tienen ningún significado. Pensar que hay gente que todo esto lo puede entender. Que esos signos tienen sentido y que las letras poseen un orden. Que alguien tenía algo que decir, lo expresó en caracteres y otros, leyendo los caracteres, pueden entender lo que ese alguien pensó. Estas ideas rondaban mi mente. Nunca había visto tantas páginas juntas, ni palabras unidas, ni color en una unidad. Guardo nítido en mi memoria ese día que encontré el periódico, aunque no recuerdo qué hice con el hambre de ese momento. Seguramente, la primera fue una sensación única y la otra es una constante en mi vida.

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