De nuevo he tenido la oportunidad de acudir a otra clase de Salomé: otro grupo de 1° de la ESO, aunque en esta ocasión eran más alumnos.

Es muy difícil, o al menos para mí lo es, repetir lo contado en otros momentos, pero lo bueno es que mi subconsciente no lo registra así. Fui menos nerviosa que la otra vez y tuve la sensación al empezar de que no sabía por dónde arrancar.

Las palabras son distintas, el hilo es diferente… Pero la esencia era la misma: recorrer con esos chavales la mirada hacia la naturaleza, los arroyos o charcas, las personas o los pueblos, las tradiciones… y buscar «transformarse» en cada uno de ellos.

Una vez más palpé la ilusión y la creatividad en el inicio de la adolescencia que se materializaron aquel día en el brillo que emergía de sus ojos.

Salomé, siempre activa, interactúa con sus alumnos, les pregunta, les ayuda a asimilar ideas y les ofrece salir voluntarios al «Chester».

Me quedé sorprendida al ver que las manos se levantaron sin apenas dudar: casi todos (y al final fueron todos porque se animaron los más reticentes o tímidos) querían leer en voz alta sus creaciones literarias. Hice esfuerzos por cerrar la boca pues los poemas, leyendas y descripciones fueron dibujándose ante nuestros ojos.

Entre estos alumnos había uno «colado»: Salomé había invitado a un chaval de 4° para participar de la clase, pues le gustaba mucho escribir (al tocar el timbre, me enseñó su cuaderno y me dejó leer algunos de sus poemas: gracias por compartir conmigo gran parte de lo que eres, Julián, ¡esto es el inicio del camino!).

La sorpresa fue a más cuando me enseñaron parte de lo que hacen en clase y que se encuentra colgado en las paredes: imágenes con sus recuerdos, una cartulina simulando una nevera con textos de la vida cotidiana, decoración andaluza y fotos de Lorca, la «exposición» de las «sin sombrero», etc. ¿Hay manera más eficaz para conectar la literatura, la sensibilidad y el lenguaje con la vida «real», la que tocamos y vivimos cada día? ¿Hay manera más auténtica de transformarse en un maestro?

Un maestro no sólo da clases. No solo pone calificaciones tras los exámenes. Un maestro se implica: primero con lo que enseña; después, con cada alumno, con el grupo. Así, «vive» lo que enseña y lo deposita al buen cuidado de cada estudiante.

El maestro sabe que anda «viajando» entre dos elementos de infinito valor, haciéndolo con pasión y constancia, y de esta manera nosotros podemos «tocar» su propia valía.

Gracias por dejarme asomar de nuevo a este milagro tan cotidiano como necesario.

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