Desde que fui consciente del papel que juegan las palabras, me he percatado de su importancia cada vez más y más. Me refiero al papel con respecto al conocimiento: un concepto, una idea, un sentimiento… ¡cualquier cosa real, en fin!, queda desdibujado en nuestra mente hasta que responde a un «qué» ciertamente concreto.

Ya sabéis que me gusta la poesía, y la poesía conceptista, esencialista, minimalista… Como lo queráis llamar. Si busco sinónimos en una palabra determinada, es porque hay matices diferentes y esto me permite esclarecer aún más el concepto.

El pensamiento así se hace cada vez más complejo (que no complicado, que en ocasiones la gente se confunde y llaman a los reflexivos o pensadores «seres complicados»), es decir, más profundo, más auténtico y más veraz.

No obstante, conocéis también últimamente mis divagaciones acerca de que «me falbran» las palabras a veces. Y resulta que el otro día me topé con estos versos demoledores de Rilke, mi querido Rilke:

Me asustan las palabras de los hombres

... me gusta tanto cómo cantan las cosas.

Si las tocáis vosotros, quedan quietas y mudas.

Vosotros me matáis todas las cosas.

¡El «acabóse» de mis palabras! Pero claro… Me di cuenta de que se trata de un arma de doble filo… Encierro una existencia en una palabra, y me creo algo por haberlo hecho. Condeno a una «pobre» presencia que se me aparece ante mis sentidos y mi conciencia a vivir el resto de su vida en mí entre las rejas de unas letras.

Otro reto distinto ahora. Antes, el de encontrar LA palabra que nombre EL concepto. Ahora: encontrar el equilibrio entre conocer y ensimismarse en silencio (silencio total, también interior) ante LA realidad, que es mucho más compleja que cualquier pensamiento profundo.Y así debe ser. Porque lo seguirá siendo.

Y así debe ser. Porque lo seguirá siendo.

¿La misión, entonces, del escritor? Quizá se acerque a la del funambulista más de lo que podamos imaginar… Y esto es vivir en la inseguridad.

Sí. Y en la constante apertura. ¡Apuesto por ello!

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