He tenido la inmensa suerte de participar en la organización de una residencia literaria que hemos bautizado con el nombre «Claros del bosque«. Somos unas pocas mujeres que nos unía una idéntica motivación: la pasión por escribir sin ser nuestra profesión. Queríamos buscar un espacio tranquilo, inspirador, algo retirado de las prisas de la ciudad, que nos permitieran compartir, desarrollar nuestras ideas y proyectos, recibir talleres y feedback… Una experiencia muy completa que en mi cabeza se había formulado como un sueño en numerosas ocasiones, y que se hizo realidad en los pasados días.

Uno de los talleres consistió en cómo afrontar la página en blanco en momentos de «bloqueo». Muy práctico, muy real y con recursos y herramientas que me han dado pie a tomarme más en serio la necesidad de procurar que la mente respire oxígeno creativo de vez en cuando. Unos de los recursos – juegos que M nos propuso fue el de los story cubes: lancé mis tres dados y me salieron esos dibujos que aparecen en la imagen. Era el momento de soltar el boli y dejarse sorprender por lo que comencé a escribir. Lo transcribo tal cual, sin correcciones de ningún tipo. Nunca pensé que escribiría algo así. Cuando vi que había escrito esto, sin pausas porque no quería pensar lo que escribía, descubrí que quizá tenga un influjo de espíritu kafkiano:

Me encuentro sentada mirando por la ventana. Parece que ha llovido, quién puede saberlo. Me rodea gente pero no les alcanzo. Y ellos no me alcanzan. Noto cierto mareo, algo me retumba en los oídos. ¿Desmayo? ¿Muerte? ¿Invisible?
Veo un agujero en el cristal. ¿Estaba ya roto y no me había dado cuenta? ¿Se ha roto ahora y son esos ecos que apenas percibo? No entran por mis oídos, sino por la piel. Vuelvo a alzar la mirada fatigosamente. Los bordes que delimitan aquel vacío del cristal están negros. ¿Fuego? ¿Tizne?
No huelo nada. ¿Oler? Al pensar ahora en este sentido noto algo raro: todo me retumba. O nada. Me resuena en la piel, en la sensación de una escucha plástica. Veo formas y siluetas, movimiento y colores. Abro la boca entonces: me entra un sabor que no reconozco. Húmedo y duro, como una madera rota de la que surgen borbotones de savia. Sangre que reseca a la par que moja. Sí. Algo percibo. Un sabor fuerte, ácido, áspero. No sé lo que es.
Un sonido, un movimiento me resuena más fuertemente. Quisiera girarme pero ahora compruebo que no puedo. ¿Será que el cristal roto me ha esclavizado entre sus líneas negras? ¿Me habrá golpeado alguna esquirla?
El mareo aumenta. Lo que escucho ahora es mi propia respiración. Muda e intensa, parece que jadeo. Quizá si hago más fuerza...
¡Bum! ¿He sido yo? Me he girado. Pero no la cabeza, ni la mirada. Diría que toda yo me he dado la vuelta. Y veo más cristales. Y una estantería rota. Y aquel recuerdo que traje hace unos años de Egipto. ¿Dónde estaba? Ahora lo veo en el sueño, entre los cristales. ¿Todos esos cristales son de la ventana? Imposible. El agujero no era tan grande.
El sabor me entra más fuerte ahora. Una bocanada más, por favor. Suplico en mi interior viendo que la sombra de la inconsciencia me invade poco a poco.
Una última mirada hacia fuera: esa estantería rota donde me esperaba una pecera de cristal con una pirámide dentro.

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