La atención permite que las cosas del mundo se nos manifiesten lo que ayuda a la maduración del alma. Ésta es una de las ideas esenciales de la filosofía de Esquirol: y la escuela es, o debería ser, el lugar donde se entrena dicha atención a las cosas, a los demás, a uno mismo… y además facilita el articular una respuesta.

La vida humana es una respuesta interminable. En la escuela puede producirse un encuentro que, al dar confianza, dé también un buen impulso. Educar es ayudar a esbozar algunos de los trazos de esa respuesta.

Sin embargo, no sólo habla de las escuelas de niños y adolescentes. No siquiera hace referencia únicamente a las universidades. Habla de la educación en general y de cómo construir escuelas de alma allá donde estemos, pues educar es indicar el camino hacia la madurez.

Y en ese camino nos encontramos todos.

No obstante, no se trata del diseño de un recorrido en el que nos llevan de la mano, sino que se cuenta con la propia reflexión: se indica la dirección, se señala aquello que se nos manifiesta visible, para que cada uno alcance lo invisible. Y ahí está el valor de la interdependencia, núcleo de la filosofía de la proximidad.

Educar significa ayudar a alguien a conducirse, a orientarse. Y enseñar significa indicar, mostrar (…). Se educa con el corazón, porque el corazón es su bolo de lo que acompaña y cuida. Se enseña con las manos, o, mejor, con la mano y con el dedo, porque mano y dedo indican, señalan, se dirigen a las cosas. Enseñar entonces forma parte de la maravilla de la manifestación: hay mundo y el mundo se nos manifiesta.

Por otro lado, Esquirol habla de las bienaventuranzas de la escuela del alma:

  1. Felices los que van a la escuela: Cruzarán el umbral: sin umbral todo sería igual, por lo que marca la diferencia y «junta» aquellas distinciones. Así se descubre la alteridad y se cultiva.
  2. Felices los que encuentran buenos maestros: se acordarán de ellos: no hay lugar si no hay encuentro. El hablar de los maestros es más mostrar que demostrar, más descubrir que explicar, más prestar atención que analizar, etc. El maestro acompaña a descubrir el mundo.
  3. Felices los que van contra el destino: ya son origen: aprender que somos inicio es ser capaces de responder a una situación, de escuchar, de establecer relaciones…
  4. Felices los que prestan atención: entrenan su espíritu para recibir: tener la disposición para que algo bueno nos llegue. Se trata de un esfuerzo por ensanchar la apertura. De lo concreto se pasa a la abstracción, y no es acercar las cosas sino acercarnos nosotros a ellas. La madurez es saber esperar, y la atención nos ayuda a trabajar dicha espera. Además, el asombro nos toca existencialmente y nos interpela.
  5. Felices los que se hacen amigos de trazos, números, palabras o gestos: serán fuente: ser maduros es ser fuente, es generar, crear, hacer… y la observación es generadora. Las formas y trazos (de números, letras…) nos muestran el límite, y los límites son principios. La reflexividad tiene y otorga un carácter fontal.
  6. Felices los que no hacen mal a los demás: hacen ya mucho bien: experimentando en cierto modo esta soledad, se nos conduce a la fraternidad, a descubrir la auténtica responsabilidad que es la respuesta que damos a otro que posee un rostro de debilidad. Además, nos permite combatir la insensibilidad y nos introduce en la lógica de la sobreabundancia.
  7. Felices los que, al cabo de los años, siguen atentos al mundo: verán el camino: hay dos tipos de revelaciones con sus movimientos. Dentro de la revelación del mundo está el movimiento o reiteración contemplativa (acto reposado), médica (cuidado) y cosmopoiética (implicación). Y dentro de la revelación de la vida, el reposo y el testimonio.
  8. Felices los que siguen atentos a la vida: verán la manera: cultivar el alma no es buscar una veneración de ella, sino para aproximarse a otros. Una cosa es recogerse y otra obsesionarse con la interioridad. El reposo tiene que ver con el descanso y conocer los límites para que el espíritu siga guardando. Y el testimonio es testimoniar el gusto por la vida.
  9. Felices los que vuelven a la escuela del alma: tomarán apuntes en una libreta: y alguno de esos apuntes son:

En la escuela del alma a veces hay lágrimas. La debilidad no es un defecto, y las lágrimas tampoco. Quien llora es porque ha perdido un poco del suelo que le sostiene. Aun así: ¿Quién ve más? ¿Quién vive más? ¿El que llora y el que tiene, o el que mira impasible y frío? Las lágrimas y la alegría tienen algo en común: vienen de lo profundo. De

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