Javier y Celia tienen dos hijos, e Inés comienza a avanzar por la «adolescencia» a pasos agigantados. Lo que antes era ingenuidad, alegría, admiración y reverencia por sus padres, se ha transformado en silencio obstinado, monosílabos, indiferencia o, incluso, desear que se estrellaran en un avión.
Por debajo de su puerta se refleja una franja de luz tenue. Es un buen resumen: en ese resplandor se ha convertido.
No obstante, el silencio dominó a la familia desde aquel viaje a los Pirineos. Desde aquella foto tomada en la que salían los cuatro. Surgieron preguntas, miedos, cuestiones diversas mezcladas con celos, incomprensiones… Y más silencio.
Dejó todo. Poco a poco. Todo menos las dudas, que se anudaron unas a otras, viscosa y calladamente, bajo las aguas turbias, con vocación de manglar.
Las voces de la hija y del padre se suceden deshaciendo de forma paulatina el nudo que les constriñe, que les impide apenas a una caricia, una mirada, aunque no consiga encerrar un deseo: el de vomitar una culpa. El de aceptar una etapa y la vida.
Javier reflexiona:
Todo era más fácil cuando pensábamos menos, cuando íbamos más ligeros de memoria, de conciencia, de años (…). La espalda se va cargando de todo eso con el paso del tiempo. Por eso creo que muchos adultos queremos perder algo de peso. No sólo por lo obvio, sino también porque, de un modo inconsciente, perder peso supone estar más cerca de cuando éramos niños, de cuando todo nos costaba menos y corríamos más y avanzábamos sin un lastre de plomo en los tobillos…
Ojalá fuera tan fácil.
Inés también piensa acerca del cambio que ha supuesto su entrada en la adolescencia en la relación con sus padres:
Crecer fue como cortarles las manos, atreverme a tener frías las mías, vivir sin que te soben tanto, posar por donde yo dijera, que te empezaran a dar vergüenza tus padres en público, que las manos de mamá de repente me olieran a tabaco y no a colonia.
¿Quiénes son los incomprendidos? ¿Qué hacer cuando el silencio calla hasta las palabras necesarias para recuperar quién es cada uno? ¿Cómo sobrevivir en un alma, un cuerpo, que se ha roto en pedazos y que necesita reconstruirse para otros?
