Está cansada. Terrible, apática, tranquilamente cansada. No se le da bien adjetivar, sobre todo porque le parece innecesario. Si las cosas se nombran con la suficiente precisión, no hace falta apellidarlas.

Ella (un ella sin adjetivos) se encuentra tumbada, sin apenas moverse. No puede. O no quiere. Hasta que recibe un WhastApp: el mensaje duda de su veracidad ante su ausencia en el trabajo.

Cansancio, pruebas, sin ganas.

Está tan cansada que le cuesta incorporarse, como si en vez de moverse ella casi sin pensarlo, como siempre, tuviera en cambio que mover un cuerpo ajeno que no se quiere levantar.

No sucede nada, o quizá sucede todo. Se traslada hasta la ventana que da al patio interior de su bloque. ¿Cansancio o enfermedad? Al final, toma la decisión y abre la aplicación de la inmobiliaria.

Inexplicablemente, se siente mejor. Más ligera.

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