En la pasada feria del libro en Madrid cogí un marcapáginas con esta frase. Me golpeó y desde entonces la tengo en mi habitación para verla todos los días.

Sigo trabajando la creatividad con El camino del artista, aunque me he frenado al plantear un reto que no sé si es posible para mí (ya lo contaré). Parece ser que es normal en el proceso que broten con más fuerza las inseguridades, los miedos… Y a esto se suman malas recepciones, pequeñas derrotas ante lo que escribo, y claro… quizá no se entienda que me afecte tanto pero es que… yo SOY lo que escribo. No ha sido solamente un «rechazo» (normal, por otro lado), sino que ha sido como quedar expuesta desnuda sobre un escenario.

A veces no se comprende que no es un hobbie, sino algo más que tiene que ver con la propia identidad. Y por eso estoy agradecida a las conversaciones que he tenido durante estos días que me han hecho ver que, quizá, haya dejado prostituir mi escritura con una visión distorsionada de ella misma.

Ojo: no estoy echando balones fuera. He sido yo misma la que ha provocado esa visión.

¿No estarás buscando una justificación fuera de ti? ¿Por qué esa necesidad de justificación?

Esto fue una de las conversaciones. He malogrado mi pasión por las letras, mi necesidad de contar cosas, buscando una justificación: reconocimiento, aplauso, opinión, éxito… Así he estado últimamente: no se me ocurrían ideas como antes. La musa no fluía, pero no porque no me pillara trabajando (que un poco también), sino porque yo la estaba obligando a doblegarse a unas miradas y a unas expectativas.

Y es que, al menos para mí, la palabra escrita no tiene la superficialidad de un mero hobbie ni de un supuesto aplauso.

Cayó en mis oídos la observación (algo destructiva tal vez por venir sin contexto) de que lo importante era el resultado, no el proceso. Me chirrió. Y a los pocos días, esta «contra-idea» de otra conversación (no literal): Lo importante de escribir es el resultado que produce en uno mismo y no la repercusión que pueda tener en otros lectores. Seguir escribiendo y ya habrá ocasión de dar a conocer lo que se escribe. No se adelanta nada desanimándose y dejando de escribir: es algo que se hace porque le da la real gana, no por oficio, sino por querer transmitir cosas esenciales que uno lleva dentro sobre su manera de ver la vida.

No voy a gustar a todo el mundo. Es más: quizás no guste lo que escribo, pero ¿para quién lo hago? ¿Por qué? ¿Dónde busco la satisfacción? Y, ¿dónde la encuentro?

Me he acordado de la paciencia del trabajo de la que hablaba Rilke al observar cómo Rodin formaba sus esculturas.

Rilke escribía para aprender a mirar, no para explicar. Y decía que, escribir es aprender a habitar el misterio (de la vida, de la belleza, del dolor) sin miedo.

Quizá haya estado habitando la nube, lejos de casa. ¿Y qué es casa? Casa es dentro, donde se refleja y golpea aquello que mira, aquello que procura aprender a mirar y donde, posiblemente, poca gente pueda entrar.

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