
Asombra de qué manera un lenguaje que alcanza un gran lirismo puede narrar situaciones salvajes, e incluso brutales.
No hay nombres, no hay fechas, no hay lugares reconocibles… El protagonista es “el niño” o “el muchacho” y su meta es escapar de su pueblo. ¿Cuál es el motivo? La causa se va destapando paulatinamente, como si se tratara del telón en un teatro, provocando que el lector se tape la boca horrorizado al deducir lo que ocurre.
El hombre que lo ayuda no pasa de ser “el viejo”, “el pastor” o “el cabrero”.
Respiramos el desasosiego, el olor de la podredumbre y la mezquindad… Palpamos la lucha por la superivencia, la sed, los dolores… Se nos abre un dilema que nos puede ayudar a comprender a otros o a nosotros mismos: ¿la violencia llama siempre a una mayor violencia? ¿Se puede responder de otra manera?

Impresionante novela, estoy de acuerdo
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