Un paso… otro…
Pausa.
Saltan los guijarros;
vuela el polvo.
Peso…
Arrastra un pie… y el otro.
Aumenta la carga; despacio, el lastre.
Invisible, pero abruma.
No desde fuera, sino dentro. Adentro.
¿Suyo? No.
Sin embargo, sí de él.
Lo quiere.
Deseo ahogado en la respiración,
espesa,
apretada, sofocada.
La tierra se inclina;
comienza un ascenso.
Verdugo de un paso… y otro.
Pretende su prisión, su dominio.
Y, ¿lo quiere?
¿Puede?
El polvo se refugia en sus pulmones;
anida en su piel.
Mayor opresión.
¿Puede?
Se lo pregunta a sí… y tropieza.
Los guijarros se alzan,
totalitarios y crueles.
Un derribo.
Los ahogos resuenan,
se multiplican;
lo ciegan,
y enmudecen.
A pesar de ello, libera sus oídos.
Lo demás, sellado.
El peso… insoportable.
No suyo… pero ya sí.
Se yergue.
Una palabra. Una únicamente.
El aire duele
pero lo respira.
Acaricia la arena,
y los guijarros,
y el calor
pero le hiere.
Suyo…
Se alza.
Quizá… aquella palabra.
La deseo.
¿La soy?