Vuelvo. Sí, vuelvo a asomarme por esta pequeña ventana después de unos meses.
¿He logrado lo que me proponía? En algunas cosas sí, en otras no: la vida continúa, y el pulso es diario. A veces se gana o se avanza, y otras, se pierde o retrocede. Sin embargo, siempre ha habido movimiento, dinamismo: una cosa que he vuelto a fortalecer estas semanas es la mirada, la capacidad de profundizar, de extraer historias de lo que veo o vivo. Es la base de todo lo demás.
He descubierto que la rutina había empezado a acampar en mi día a día y esto «mata» esa mirada. Empezamos el camino de vuelta, un cierto renacer que necesita bajar a las manos.
El inicio es ponerle palabras, reconocerlo, y los pasos continúan…
Llevo un tiempo matando mi dentro. Deseos amordazados por una neblina invisible y opaca. Deseos cada vez más callados por una lenta violación de la rutina. De la prisa. Del vacío. Pretendía abrir los labios atravesando espejos. Quería apretar aún mi sensibilidad con lo real. Quizá haya esperado demasiado. De ti. De los otros. Del mismo anhelo. Mi dentro apenas suspira muecas: se marcha con un destello muerto entre sus manos. La agresión ha durado mucho. Demasiado. Espera y violencia. Dudo qué empezó antes, qué muerte tengo en este instante. Llevo un tiempo suicidando mis voces. El culpable no aguarda lejos. El tiempo y la mordaza impuestos por mí. Quiero soplar las cenizas que exhalan mis palabras, y las he encerrado en una caja metálica. Despojando a mis manos de su voz ronca. Escoria. Culpa. Indiferencia. Dureza. Los granos de arena caen por mi cuerpo. Yo violé mi dentro y lo abandoné en una calle oscura. Deseos... únicamente vislumbran una estrella. Tú... sombra del más. Dentro: mareas y espuma que dibujan y borran.