Hacía mucho que no me encontraba con Virginia para disfrutar de nuevo con su escritura tan precisa, tan personal, tan descriptiva… Y en esta ocasión de un modo original, como es ella que busca puntos de vista distintos, usos del lenguaje, evocaciones…
Flush es un cocker. Sí. Eso es. Un perro. Pero no es uno cualquiera. Desciende de una genealogía propia de la aristocracia británica, digna para ser uno más en la familia Barret.
¿No era aquel perrito castaño de enfrente él mis- mo? ¿Pero qué es eso de «uno mismo»? ¿Lo que ve la gente? ¿Lo que uno es? Flush reflexionó también sobre ésto, e incapaz de resolver el problema de la realidad, se estrechó más contra Miss Barrett y la besó «expresivamente». Aquello, por lo menos, sí que era real.
A través de sus ojos caninos, sin infantilismo, sino con una pluma madura y profundamente psicológica, vemos el reflejo de la sociedad victoriana y la biografía de la escritora Barret. Asistimos a las sucesivas escenas de conquista amorosa mediante misivas, fugas, encuentro con ladrones, viajes a Italia, la cercanía con la vejez… Y Virginia, una vez más, no deja de lado su mirada irónica y humorística al retratar algún elemento.
Todo era siempre igual: todas las noches llamaba el cartero, cada noche recogía Wilson las cartas, y cada noche había una carta para Miss Barrett. Pero esa noche la carta era diferente. Flush lo comprendió, aún antes de ser abierto el sobre. Lo conoció por la manera como lo cogió Miss Barrett, por las vueltas que le dio, por cómo miró la escritura vigorosa y aguda en que venía su nombre. Lo supo por la indescriptible vibración de los dedos de su ama, por la impetuosidad con que éstos abrieron el sobre, por la absorción que leía. Su ama leía y él la contemplaba. Y mientras ella se embebía en la lectura, oía él como oímos en la duermevela, a través del bullicio de la calle, algún toque de campana alarmante aunque apagado; como si alguien muy lejano se estuviera esforzando en prevenirnos contra un fuego, un robo o cualquier otra amenaza contra nuestra paz, y, con la seguridad de que ese aviso se dirige a nosotros
Sin embargo, también nos dejamos envolver por la ternura y la lealtad que caracteriza a los perros, y de modo especial, los cockers, y más concretamente, un cocker spaniel como es Flush, capaz de sacrificar sus inclinaciones por su ama. Y lo que Virginia muestra tras este telón de la trama, es su intimidad, comprendida con sencillez, y a la vez deseosa de trabar amistad con Elizabeth Barret.
Porque «para ella, un libro escrito por una mujer no es un libro aislado, sino la continuación de un antiguo esfuerzo, la nueva etapa de una carrera por llegar a la meta de las aspiraciones comunes. Los libros escritos por mujeres forman como una sola obra en incontables volúmenes, que van adquiriendo el nuevo jalón de una conquista en las esferas del espíritu» (en el prólogo).

Un comentario sobre “Flush, de Virginia Woolf”