Una vecina joven que se ha convertido en su hija con el paso del tiempo y por circunstancias de la vida. Un logopeda que «cae» en su habitación y comienza a trabajar con ella las palabras… Ésas que comienzan a huirle, a escaparse de sus manos, a transformarse en fantasmas.
Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir. Forma parte de mi oficio.
Michka era autónoma. Sí, mayor, pero se valía aún por si misma. Hasta que el miedo le atenazó. No podía levantarse; se aferraba a los posabrazos; cerraba los ojos. Estaba perdiendo algo, y no sabía el qué.
Marie la lleva al médico: la afasia continúa avanzando. Deciden que lo mejor es vivir en una residencia. Y así aparece Jérôme. Las dos miradas se superponen en las páginas, protagonizadas por las palabras.
En apenas unas semanas, su elocución se ha vuelto más lenta, más sinuosa, a veces se detiene en mitad de una frase, desorientada por completo, o renuncia a encontrar la palabra que busca y pasa directamente a la siguiente. Aprendo poco a poco a seguir los meandros de su pensamiento.
Estoy vencido. Lo sé. Conozco ese punto de inflexión. Ignoro la causa, pero compruebo sus efectos. La batalla está perdida.
Pero no debo rendirme. De ninguna de las ma- neras. Si no, aún será peor. Caída libre.
Hay que luchar. Palabra a palabra. Sin concesiones. No hay que ceder. Ni una sílaba, ni una consonante. Sin el lenguaje, ¿qué nos queda?
Y así va resonando en ellos la vida de una anciana que lucha: por conocer al matrimonio que la salvó en la Segunda Guerra Mundial, por acompañar a su «hija» Marie, por ayudar a Jérôme a que se reconcilie con su pasado… ¿Qué es la gratitud? ¿Hasta dónde se puede llegar con una actitud agradecida? ¿Qué poder transformador puede tener?
Eso no es lo importante, no sé por qué me empeño en mezclar paparruchas con berlinas…, perdóname. Eres tú la que tienes que decidirlo. Tú sabrás lo que haces. Pero déjame decirte una cosa más antes de que tomes una solución: eso es lo que cuenta, lo que cuenta al fin y al cabo.
-¿A qué te refieres?
-A que por primera avidez empecé a esmerarme en alguien, quiero decir alguien que no fuera yo. Eso lo cambia todo, Marie. Tener miedo por otro, otro que no seas tú. No sabes la suerte que tienes.
De manera intimista, sin distinguir apenas sueños de recuerdos, se dibujan los perfiles de los distintos personajes sin ocultar el dolor y la ternura de lo que supone envejecer.
