Quién me iba a decir a mí a dónde me podían llevar mis pasos en una tarde lluviosa de Londres.
Perdón, me llamo Agnes y soy de Barcelona. Decidí viajar para encontrar trabajo de lo mío. Ah, sí, soy arqueóloga. La cosa estaba difícil pero aquí tampoco es que encuentre gran cosa…
En mi frustración, mi compañera de piso me aconsejó darme una vuelta por el barrio del Temple. La densa neblina se convirtió en una lluvia torrencial y acabé buscando refugio en Moonlight Books.
Pero al entrar en Moonlight Books había sucedido, por vez primera, el fenómeno contrario: la sencillez cotidiana de traspasar la puerta de una librería londinense se había convertido en el inicio de algo excepcional.
Y ahí empezó todo… El librero, un ser bastante peculiar, me contrató como ayudante y aprendiz, y, unque algo leía de vez en cuando, descubrí lo lejos que me pueden conducir las páginas de un libro. Y no sólo por ellos mismos… Qué grandes «lecturas» me aguardaban detrás del pequeño Oliver (no el de Dickens), del señor Livingstone, de su amada Sioban Clark… De tantos clientes de los que ya conocíamos sus gustos mejor que ellos mismos y lo que necesitaban.
Por supuesto: no me dejo a John Loockwood. Hubo un robo en un momento dado: desapareció un manuscrito y vino él a investigar el delito. Y sucedió poco a poco lo que me parecía que nunca me iba a suceder…
En fin, que en mi diálogo cotidiano me encontré con conversaciones y frases de lo más literarias, en ocasiones auténticas competiciones, e incluso me encontré en un concurso sobre el librero más huraño. Mi jefe se lo trabajaba bastante… ¡Ah! Y el humor británico también realizará su aparición habitualmente, ya me he acostumbrado a él.
Pero no todo era tan maravilloso… Las cosas se pueden torcer y entonces quizá el camino sea regresar a casa y dejar todo esto…
La vida misma se mantiene quieta, temerosa de romper con su aleteo el hechizo de tan extraordinario encuentro.
