La verdad es que siempre me he fijado mucho en las manos. Sin embargo, no me había percatado de ello conscientemente hasta que una amiga me dijo que dejara de mirarle a las manos cuando hablábamos (me lo decía entre risas).

Las manos hablan. O al menos, me hablan. Mi mirada se dirige alternativamente entre los ojos y las manos de la otra persona: es su alma.

Pero no sólo eso. Siento verdadera atracción por las venas cuando emergen marcando su impronta en las manos: también hay gente que me pregunta cómo me puede gustar eso. Quizá se deba a la conexión directa que hace mi memoria con las manos de mi madre y de mi abuela: ese sube-y-baja de las yemas de los dedos como si escalaran pequeñas cumbres. Y es que eran/son las cimas de sus vidas, sus luchas, su fuerza, su coraje para enfrentarse a situaciones diversas, su genio…

Hasta aquí mis pensamientos antes de leer Elogio de las manos de Jesús Carrasco y escuchar una entrevista que le hicieron. Y de ahí hice este collage: lo que hacen mis manos soy yo, y yo soy lo que expresan, lo que hacen… A veces de la mano de la creatividad y otras de la torpeza. Yo soy ésa.

He «descubierto» que las manos son la mayor manifestación de rebeldía. ¿Contra qué? No. Pregunta poco acertada. No es «contra». La preposición adecuada es «por».

Tenemos límites, eso está claro: capacidades, habilidades, tiempo, espacio… Seres limitados, y caducos. El principal límite es que la vida se acaba. Pero esto no es una mala noticia; puede ser en cambio un incentivo para aprovechar el tiempo, para descubrir cómo se puede dejar huella, para contemplar el dinamismo de todo lo que nos rodea… Pero siempre está en el fondo el deseo de lo que permanece.

¿Qué tiene que ver esto con las manos y su supuesta rebeldía? Las manos me atan a la realidad, a lo que se palpa, transmitiendo y anclando una idea, un pensamiento, que al final es una oportunidad de participar de algún modo en lo creado. ¡Las manos son creativas! Por eso son rebeldes: «por» los límites que se encuentran, se rebelan «por» generar algo que perdure, aun cuando la sangre y el movimiento las abandone y las deje inertes.

No me refiero solamente a una creatividad en cuanto a fabricar algo, o construir, pintar, escribir…, que también, sino al vínculo que crea cuando acaricia, agarra, sostiene, señala, muestra… a alguien o algo. Es decir, cuando cuida.

Las manos son portadoras de latidos, de respiraciones, y «dejan» lo que más puede generar y custodiar la vida: partes de uno mismo. Yo soy mis manos, y lo que hacen o dejan de hacer, también soy yo.

Yo soy Elvira, sí, y te puedo dar datos biográficos para decirte quién soy. No obstante, creo que sobre todo soy donde dejo parte de mi alma (sino toda ella porque me cuestiono si en esto hay límites…).

En primer lugar, en las palabras, especialmente las escritas. Ecos que resuenan desde mi dentro o que acuden de fuera. Palabras que me ayudan a descifrar misterios, a profundizar en lo que me rodea, a asombrarme aún más y a hacerme más preguntas. Qué bonitas y qué necesarias son las dudas… Nos suelen colocar en nuestro lugar más apropiado: en nuestra pequeñez. En nuestro descentramiento aunque pretendamos estar en el centro de todo.

Por otro lado, mi profesión. No pensada de primeras porque no me lo había planteado. Y quizá sin una inclinación natural en cuanto a lo exterior o superficial de mi trabajo, pero al final viene a ser lo mismo que con las palabras. Mis manos no son cocineras (aunque estudie para hacer bien mi trabajo); mis manos buscan unir lo tangible con lo intangible. Me ayudan a materializar parte de esos misterios, esos asombros y esas preguntas que hablaba antes: los que tienen que ver con la complejidad del universo de cada persona.

Con mi trabajo «rozo» muchos «mundos» que me rodean y a los que dirijo mis servicios (sí, servir, porque intuyo y quisiera asombrarme cada vez más de la grandeza que se oculta en cada persona, y ante esa realidad… queda en manifiesto lo sagrado de la intimidad).

Mis manos también me impulsan a la naturaleza, al deporte, a sentir el valor del esfuerzo, a comprobar de nuevo que desearía que cada atardecer, cada marejada, cada árbol mecido por el viento o acunado por la luna llena, fueran eternos: que permanecieran.

Elvira es una persona que trata de cuidar las palabras para que le amplíen la mirada, la experiencia, el pensamiento, el conocimiento… Y esas palabras le ayudan a cuidar a las personas, le ayudan a generar cariño que, digan lo que digan, es lo que necesitamos y por lo vivimos (nada de éxitos o de dinero, aunque faciliten la vida).  Y este cuidado le hace ver que es una forma de «compincharse» con lo que perdura: por la huella que dejan en ella misma y por la huella que puede dejar en otros (a veces con torpeza o poco adecuada… De nuevo, los límites).

¿Un resumen? Mis manos me ayudan a disfrutar de la vida porque me marcan mis límites, porque materializan lo impronunciable. Porque soy y porque soy para otros a través de ellas.

Un comentario sobre “Mi elogio de las manos

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