Una amiga me pidió que le «regalara» un poema, sin tema concreto. Y así lo hice. Espero que no le importe que lo comparta con vosotros.

Cada noche surgía en silencio,
con su rostro pálido
y una serenidad brillante.
Observaba idas y venidas,
huidas y robos,
sonrisas, sueños...
y besos a escondidas.

Se alzaba siendo testigo
de lo que se le ocultaba al otro...
Su amigo y adversario,
resplandeciente pero ciego,
ardiente mas gélido.
Ella era reina en las sombras,
y sus ojos no parpadeaban:
no lo necesitaba,
pues no tenía esplendor que lo provocase.

Robaba miradas;
algunos instantes se dirigían a ella,
pero siempre las asimilaba.
No las dejaba inertes,
sino que asumía los distintos brillos,
las lágrimas y penas...
Conocía todos los secretos y los vivía.
Una noche, se encontró con su mirada.
Una muchacha frágil,
con su misma palidez,
y con el pelo ensortijado.
Se contemplaron la una a la otra.
Las dos bebieron del mismo manantial:
roturas, ilusiones, ambiciones...
Vida.

Y la reina de la noche
le susurró el secreto de su mirada constante,
y de su brillo que no cegaba:
gobernaba porque permanecía como asiento,
apoyo de la Reina,
siendo ella la que recoge todas las miradas
y logra transformarlas.

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