Llevo una temporada larga que me cuesta escribir… No encuentro el momento, las palabras, las ideas; es como si se me hubiera paralizado algo dentro de mí.
Al fin, el otro día conseguí plasmar algo. Me fui unos días a la playa: no estaba en el mar desde hacía varios años, y ha sido como volver a respirar. Iba paseando por la orilla, mientras las olas decadentes me acariciaban los pies, y, según pisaba el agua que se retiraba, pensaba que así me encontraba yo: mis ideas se escapaban, es escurrían… Y así lo reflejé:
Cuando el vaivén de las olas me hipnotiza.
Cuando la espuma blanca seduce mi piel con sus susurros.
Cuando la fuerza me arrastra hacia sí, entonces, únicamente entonces, sucede.
Antes una lucha suspicaz, casi una sospecha lírica del poder ejercido. Y cuando el agua se retraía, revolviendo mis ideas como los pequeños granos de arena, deseaba bajar mi defendida atalaya. Pero no... Yo puedo.
Cara a cara, mantenemos la mirada. Me ciega con sus destellos y me atrae. Cada subida y bajada anuda un poco de mí en la arena, que aprovecha para adentrarse en la inmensidad. Sabe que es el modo de alcanzarla. Pero yo no quiero.
Contemplo una vez más el agua que regresa a su dueño. Se escurre dentro de sí, llevando lo que dócilmente se deja conducir.
Piso hebras de olas: ahí me esperan los pensamientos que surgen en mí y que no logro aferrar.
Una piedrecita negra me muestra el camino más simple, con su muda caída al vaivén del mar.
- Fuerza ingobernable, poderoso imán, deja de robarme los hilos de imágenes y sensaciones. Deseo volcarlas en el papel blanco que aguarda mi tinta.
- Pequeña criatura, ingenua mirada, dame tu abrazo y dejaré que tu tinta permanezca en mi espuma blanca.