Hemos avanzado el inicio de curso, y quizá hayamos conseguido superar la crisis «post-verano» y ya estemos metidos de lleno en el día a día. En este punto, quisiera mostrar hoy este libro: breve, delicado, ágil… casi diría que suave.
Es un tipo novela escrito en prosa poética. Se podría decir que es un poco aforístico, y es de los que, según te topas con una frase, te paras y miras al infinito metiéndote más en esas palabras.
Montiel es un heredero de Bobin, mi querido escrito francés. Y realmente se reconoce su estilo, aunque totalmente personalizado.
Son cucharadas de lo que más nos pueda gustar y quería dejar unas líneas que me han gustado mucho y que las he relacionado con: «este mundo lleno de prisas», «no tengo tiempo», «mostrar la vulnerabilidad»… Además, tiene el matiz de mostrar imágenes biográficas relacionadas temporalmente con la pandemia, lo que ha supuesto un antes y un después en nuestras vidas, y no por ello, hemos dejado de vivir en belleza.
Para llegar al corazón hace falta muy poca velocidad. La debilidad es el medio de transporte más efectivo. La velocidad es una licuadora: lo indiferencia todo. Colores, a eso se reduce la vida desde la ventanilla de ese avión de pasajeros. Pura mezcla, un remolino. El amor es lo contrario de un avión comercial: frena en seco, derrapa delante de cada cosa.
La velocidad pasa las páginas deprisa, sin retener nada: el amor subraya, y para el subrayado es necesaria una dosis de atención. Mientras la velocidad lo emborrona todo, el amor perfila, crea rasgos en el lienzo del caos. El detalle es hijo del amor, nace de la poca urgencia.
