El autor sigue avanzando por el mundo interior de los adolescentes. Sin embargo, esta vez con menos «niñadas», por decirlo de alguna manera, y dejando mostrar un ambiente duro y quizá oculto en Palermo.
Federico, con 17 años, es un puro interrogante y no se conforma con pasar un verano «sin más». Y la ocasión se presenta pronto… conoce a don Pino: un sacerdote sencillo, amable, sonriente, y sobre todo, entregado a su gente, en una zona donde los conflictos afloran y las situaciones crudas se mastican cada día. Podría parecer el mismo infierno… y el muchacho se acerca, conoce, se pregunta más cosas… y halla alguna respuesta.
Pensaba que iba a «pasar el tiempo» y lo que hace es descubrir cómo se mueve su mundo interior y los corazones de otros, todos vulnerables y frágiles. Y al final, unas reflexiones para cuando llega lo irremediable. Todo esto transcrito en la palabra más acertada y que alcanza, sin duda, a lo profundo de cada uno, adolescentes y adultos.
Si no quiero seguir siendo un misterio para mí mismo tengo que aceptar que otras manos alcancen mi interior, hasta el corazón. Debo armarlas yo mismo contra mí, mostrarme y darles la posibilidad de herir allí donde yo soy más débil. ¿Amar no es acaso armar las manos de otro? (…) Luego, quizá, esa mano interprete partituras que jamás hubiéramos pensado que íbamos a escuchar dentro de nosotros. Creía que era un «ya» y, en cambio, no soy más que un «apenas».
