Soy consciente que desde pequeño tengo un gran talento para la música. Todo el mundo lo dice: podría decir que soy un virtuoso en el violín. Nací en Hungría, y heredé pronto el instrumento de mi padre. Logré lo que quizá muchos adolescentes sueñan: matricularme en el Collegium Musicum de Viena.
Allí conocí a mi mejor amigo, Kuno, poseedor también del don de la música. Los dos trabamos una amistad profunda, y dialogábamos con la propia música: ella nos hablaba de infinitud; nosotros de perfección.
Sin embargo, pronto las reflexiones se apoderaron de nosotros, de nuestro espíritu… La música todo lo empapa, todo puede quedar sumergido, o descubierto.
Pero, ¿qué es la perfección? Es el punto de fuga de una calle sin final, el espejismo que se desplaza delante de nosotros, es el último peldaño de una escalera circular. La perfección, ¿sabe?, tiene que ver con el infinito, pero el infinito no es sólo infinitamente grande. También está lo infinitamente pequeño. La perfección puede sugerir la idea de movimiento, pero también la idea de aminoración. La búsqueda de la perfección es como un ritmo que se aminora hasta el infinito. Es una progresión continua que sin embargo se reduce a medida que se acerca a la meta.