Nunca me había visto metido en una cosa así… ¡toda una experiencia! Estábamos tan tranquilos, preparándonos para un ensayo de la obra de teatro, y empezamos a escuchar un jolgorio…
Al director casi le da algo, y a los primeros actores también, con esa actitud de que cualquier cosa fuera de su sitio les molesta y les «impide» sacar todo su esplendor en el escenario. Es verdad que yo sólo coloco lo que necesitan para las escenas, y subo y bajo el telón, pero algo de esto sé después de tantos años… y desde el primer momento supe que «ellos» iban en serio.
¡Aparecieron seis personajes! Sí, eso he dicho… nada de personas, ni actores, ni farsantes. Eran seres de ficción que habían cobrado vida, pero su autor les había abandonado: ese Pirandello es un cobarde, una mala persona… Mira que dejarles así, sin poder realizarse en sus escenas, en un continuo deseo de llevar a la realidad lo que llevaban inscrito en su alma.
Hasta que el director cedió a sus peticiones… ¡lo que costó! Accedió a convertirse en su autor y llevarlos a la escena. Aun así no se lo creían del todo, porque el primer actor y la primera actriz comenzaron a imitar al PADRE y la HIJASTRA: sus frases, sus gestos, el tono… Y ninguno de los dos se veían reflejados en esos actores, les faltaba la pasión que corría por sus venas, ¡el drama que estaban viviendo!
Yo me quedé sin respiración cuando nos fueron «representando» la realidad para la que habían sido creados… Una historia tremenda, que me provocó la duda de ver que lo mío era la ficción.
